domingo, 25 de abril de 2010

Twitter y Política


Sus asesores políticos les han dicho: Twitter es la onda, si quieres ganar (las elecciones/más clientes/la confianza del pueblo/dígalo usted mismo) tienes que estar en Twitter. Así que ni cortos ni perezosos se han abierto una cuenta (o han hecho que se la abran sus becarios ¿cómo estar seguros?) y desde allí promocionan sus actividades, se hacen publicidad o –los más vivillos- establecen contactos. Hasta ahí todo bien. Sin embargo, nos cuesta entender que nuestros dirigentes, líderes de opinión y demás fauna de portada de diario no se hayan sentado a pensar un rato en las implicaciones –no ya filosófico-políticas, sino simplemente estéticas- de este pequeño-gran invento llamado Twitter. Déjennos hacer un inciso, ya que estamos en ello, que cuando hablamos de Twitter nos referimos al concepto en sí, no a la marca. Si censurasen twitter, rápidamente surgirían otras herramientas similares, y la más apta sobreviviría.

Twitter no es un tablón de anuncios; twitter no es un canal de televisión donde uno habla y los demás escuchan. La esencia misma de Twitter es que todos somos emisores y receptores de información, de preguntas, de respuestas, propuestas y hasta de chistes. Pensar en Twitter como en un canal unidireccional es perder el tiempo. Twitter no es propaganda, sino una conversación universal (al menos entre aquellos que disfrutamos del privilegio de internet). Aquél que entre en Twitter para contarnos exclusivamente su agenda política, aquél que no tenga tiempo para responder a nuestras preguntas más vale que lo deje correr.

Sin embargo, existen ya políticos como –ejemplo al azar- Xóchitl Gálvez (@xochitlgalvez) y Marcelo Ebrard (@m_ebrard) que parecen haber comprendido -en parte- el gran potencial de esta herramienta. En parte, decimos, porque aunque responden preguntas (pero: ¿hacen preguntas) y están presentes en el canal, no parecen haber sido capaces de dar el salto que va desde el “yo hablo, ustedes escuchan” a la forma del verbo más próxima, más ciudadana y twittera del “nosotros hablamos”. Esto se refleja en parte en la asimétrica y sintomática proporción entre el número de seguidores de estos políticos (más de 6000, en el caso de Gálvez; más de 13.000 por lo que respecta e Ebrard) versus el número de personas a quienes ellos siguen (148 Gálvez; 596 Ebrard). Seguir a alguien en twitter significa estar siempre abierto a la información que proporciona esa persona. No seguirlo, por el contrario, es negar al otro, no darle valor a la información –por ínfima que sea- que puede darnos. Y, ¿Qué nos dice de un político, que supuestamente representa a varios millones de ciudadanos, el hecho de que no se preste a escucharlos? Tal vez, nos preguntamos, si los políticos en su gran mayoría no se atreven con Twitter (o se atreven, para usarlo solo como tablón de anuncios, o sólo para responder algunas preguntas) es porque en el fondo saben que su discurso no es lo bastante fuerte ni lo bastante coherente como para responder a algunas preguntas bien afiladas. Inquietante ¿no creen?

firmado: europa en llamas

imagen: la hemos tomado prestada de este blog


viernes, 23 de abril de 2010

En Pie de Foto

Esta foto, que es de Soniko, nunca habría tenido lugar en esta exposición. A mí me parece ilustrativa a propósito de "la construcción de un concepto".



A través de los pasillos del metro, esquivo una cucaracha. Salgo apresurada en la estación de Tlatelolco: flash, dejà-vu. Por un instante, creo reconocer el lugar, los gritos, los muertos. Pero no, es un falso recuerdo, yo nunca estuve aquí antes. Y de todas formas, tengo prisa, porque llego tarde a la inauguración de la exposición fotográfica “En Pie de Foto” en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, que nos trae la Fundación Miguel Ángel Blanco. Pónganse truchas con los antecedentes: Miguel Ángel Blanco, concejal del PP, asesinado por ETA en 1997. Un asesinato particularmente cruel, y una oportunidad particularmente atractiva para la derecha española para comenzar su propio y peculiar proceso de victimización. Oportunidad que no fue desaprovechada, qué duda cabe. Trece años después, aquí están, en pie de guerra, digo, de foto.

“En Pie de Foto” quiere rendir homenaje a todas las víctimas del terrorismo, a cuantas han sido injustamente asesinados, secuestrados, torturados o masacrados por la barbarie en España a lo largo de dolorosos años, en la esperanza de evitar el olvido y mantener viva la memoria”. Así termina el folleto publicitario de esta exposición. Con “la barbarie” se refieren a ETA (mayormente) y con “la memoria”, a sus víctimas (mayormente). Ahora bien: cuidado. Como española, conozco bien los riesgos que entraña tratar de ser crítico con el tratamiento periodístico que se está haciendo de ETA. Así que déjenme decir, antes que nada, que esta crítica (ni esta exposición, ya que vamos a ello) no tiene nada que ver con ETA: ETA asesina y siembra dolor y resentimiento, todos estamos de acuerdo en ello. No entraremos aquí a discutir si la opinión sobre ETA fue siempre la misma que ahora, o si hubo tiempos en que recibió el apoyo moral de la sociedad española (o no). No, no discutiremos eso. Hablaremos de memoria. De su memoria: la de ellos, los que vienen aquí, a presentar una exposición fotográfica y a hablar(n)os de los efectos del terror y de la desmemoria a los mexicanos.

“En la esperanza de evitar el olvido y mantener viva la memoria”, recibimos una exposición financiada a medias por el Gobierno Español y a medias por la derecha más rancia que dizque nos habla de las víctimas de ETA. Digo “dizque” porque en realidad habla de los familiares de las víctimas. Desde luego, es muy emotiva: es difícil no emocionarse viendo el dolor de los familiares de las víctimas. También es muy tendenciosa: que yo recuerde, la mayoría de familiares de víctimas del terrorismo (de ETA) han tenido la satisfacción de poder ver a los asesinos de sus seres queridos ser juzgados y posteriormente cumplir condena. Algunos incluso han recibido indemnizaciones. Es muy lamentable que ETA asesinara a sus padres/hijos/esposos, desde luego que sí. Pero han obtenido toda la justicia que cabe esperar de un estado de derecho. No veo, por tanto, riesgo alguno de que sus familiares caigan en el olvido. El Estado ha hecho justicia. Cosa que no pueden decir miles de víctimas del franquismo (porque están muertos) ni sus descendientes (porque nadie les hace ni caso).

Luego está lo de “el terrorismo”. Esta exposición (que déjenme decirlo ya, no es artística, sino propagandística) aboga por la muy simplista tesis de que “todos los terrorismos son iguales”. Para que ello quede bien claro, la exposición abre con imágenes de los atentados del 11-M (Al-Qaeda), el 11-S (ídem, supuestamente), el IRA, las FARC, terroristas chechenos y, finalmente, claro está, ETA. Una vez instaurado el concepto, ahora solo nos falta saber quién decide quién es terrorista y quién no. O quién decide donde está la finísima línea que separa “terrorismo” de “resistencia”. Una vez construido el enemigo común, cualquiera que nos moleste será “terrorista”. Sin embargo, la exposición no muestra imágenes de los crímenes de Franco (¿eso no fue terrorismo?), las torturas de los GAL (¿eso tampoco?) o las torturas de Guantánamo, ya que estamos en ello. Ellos sabrán por qué.

Así que ruego disculpas: no es nada personal. Pero ya hay que ser hipócrita y desvergonzado para venir a México a contarnos las excelencias del apoyo que se está dando a la “memoria” en España mientras el único juez que ha osado investigar los crímenes del franquismo está a un paso de la deshabilitación profesional. Por lo demás, sin novedad en el frente: la mayoría de los invitados (elegantemente vestidos, por supuesto) nunca vio la exposición: se abalanzaron directamente sobre el buffet. Nunca he entendido por qué los ricos atacan los buffets de una manera tan obscena: viéndolo, cualquiera diría que no tienen dinero para comer.


firma: sinaia


martes, 20 de abril de 2010

"NADIE, NUNCA..."

La Nueva Democracia, de Siqueiros


“Carta blanca para Garzón”, dicen que rezaba un inquietante cartel en un acto de apoyo al juez en la Universidad de Barcelona. Otra siniestra pancarta clamaba “los huesos de franco, a la cuneta”. Mensajes inquietantes que no solo reclaman justicia, sino venganza. Con la caja de Pandora abierta, quizá algunos se han dado ya cuenta que cruzaron la delgada línea roja cuando llevaron a Garzón ante los tribunales y que ahora no hay marcha atrás. Poco (me) importa quién sea Garzón, si cobró o no cobró del Santander y si tiene o no tiene afanes protagónicos. Buscan distraernos los que sacan a colación la vida y milagros de un juez, buscan alejarnos de lo verdaderamente importante: que por primera vez en más de setenta años el pueblo español ha sentido la garra de la rabia latir en sus entrañas y se ha levantado para exigir justicia. Por Garzón, quieren hacernos creer, con tal que no nos demos cuenta de lo verdaderamente importante. Pero no es por Garzón. Es por nosotros mismos.

Son delicados los sentimientos de un pueblo. Franco, a quien siempre se le dieron bien estas cosas y que además tuvo una inmerecida buena suerte en la vida y en la política, supo cómo manejar al pueblo español. El pueblo español, que no era entonces como lo conocéis ahora (conformista, pasivo, atontado): era, al contrario, un pueblo lleno de vida y dispuesto a luchar hasta el final para defender sus libertades. Franco conocía bien a este pueblo, y por eso lo masacró sin piedad primero, hasta que el miedo fue tan grande, tan completo, tan absoluto que se hubiese dicho que el alma entera del pueblo había sido aniquilada. Muchos murieron. Los que no consiguieron huir a tiempo fueron detenidos indiscriminadamente. Una simple denuncia anónima bastaba para acusar a alguien de rojo: no hacían falta más pruebas. Rojo: republicano. República: el régimen legal. Todos aquellos que defendieron el régimen legal de gobierno fueron asesinados, desaparecidos, exiliados o su voluntad quebrada a base de cárcel y humillación constante durante casi cuarenta largos años. Los españoles saben. Saben que es mejor hacerse el tonto porque ellos siempre ganan: falangistas, derechosos, hijos de los que en su día metieron en la cárcel a nuestros abuelos y llamaron a nuestros padres hijos de rojos, hijos de puta. El gran método de Franco: que el temor sea siempre mayor que el odio. Ellos, que controlan los medios, hablan de paz y de transición mientras se reparten alegremente las ventajas sociales de una absolución que nunca les dimos.

Cuando la Ley de Amnistía, nuestros padres no protestaron: porque tenían miedo, porque de estas cosas es mejor no hablar. Cuando nos metieron el gol de una constitución con rey de regalo (y para más inri, colocado por paquito), nuestros padres no protestaron: a lo sumo, no fueron a votar. Ellos se llenan la boca hablando de recuperación de memoria histórica, pero los campesinos del río Ebro, que conocen dónde está cada fosa y cada esqueleto, responden “no se” cuando las autoridades les preguntan donde están las fosas: no se fían, no se dejan, no quieren que las autoridades pongan sus manos sobre los muertos. ¿Y por qué iban a fiarse? La confianza, me decía mi padre, es como el papel de fumar: una vez lo arrugas y lo rompes, nunca podrás recuperarlo por completo. La confianza en la legalidad española se quebró hace mucho tiempo. Nadie, nunca, intentó recuperarla.

Son cosa curiosa las almas de los pueblos. Ausentes durante decenios, pueden reaparecer de golpe si se toca la fibra adecuada. El alma de un pueblo es como una llamarada que ruge un instante en la noche. No se sabe cómo ocurre, pero ocurre. Los poderosos, los que controlan los medios y escriben la historia, tienen por costumbre adjudicarse el resplandor de las almas de los pueblos. Cuando ETA secuestró y asesinó a Miguel Ángel Blanco, un concejal de derechas, el pueblo español salió contra todo pronóstico a la calle: contra la violencia, dijeron ellos. Se equivocaban: el pueblo salió a hablar con ETA. Salió a pedirle a ETA que les escuchase, que les devolviese el favor del proceso de Burgos, cuando los españoles salieron a gritarle a franco que le perdonase la vida a varios etarras, y franco, acorralado, tuvo que ceder. ETA debiera haber escuchado al pueblo, pero en su soberbia, traicionó a España matando a un inocente y desde entonces su suerte cambió para siempre. Cuando Atocha estalló un once de marzo, el pueblo español salió a la calle a gritar su angustia: a favor de la democracia y por la constitución, dijeron ellos. A favor de la democracia y por la constitución, ja, ja, y un pimiento. Salimos porque teníamos miedo, porque teníamos rabia, porque teníamos que hacerlo. Nosotros salimos y ellos escribieron el por qué, como hacen siempre.

Son manifestaciones espontáneas, auténticas y con diversas consignas. No tienen un líder o un objetivo. Nacen del corazón de millones de personas simultáneamente cuando algo va mal, explotan y se repliegan. Tal vez estemos asistiendo ahora a uno de esos momentos históricos. Algunos intentan apropiárselos, pero en verdad son libres. Salen los españoles a la calle, no por Garzón en sí, sino por el coraje de que la falange, en su soberbia, haya cruzado la línea que separa la humillación del puro cachondeo. Y que la justicia –así le llaman- le dé la razón. Salen humillados los españoles, escribimos humillados mientras ellos intentan distraernos hablando de volcanes y jueces y de prevaricación. Salen los españoles con peligrosas pancartas vengativas (¡carta blanca al juez garzón!los huesos de franco, a la cuneta!) y ellos, los falangistas, ocultos tras su disfraz de neoliberales (¿o es al revés?) hacen como que no va con ellos. Unos salen a la calle, y otros, los que estamos lejos, inundamos la web con nuestros gritos, para que nos oigan y sepan que no olvidamos.

Que lo sepan tod@s: llevamos setenta y un años esperando justicia.

firma: sinaia

lunes, 19 de abril de 2010

Mundo Wal-Mart


Basura en Washington DC, según Daquellamanera


Andábamos por tierras oaxaqueñas, en las cercanías de Juchitán de Zaragoza. Un compañero nos rentó una casa en obra negra donde establecimos nuestro cuartel general de operaciones. Nos alimentábamos a base de latas de atún y pan de molde, que comprábamos en un gran supermercado. Los juchitecos nos contaron que cuando Wal-Mart intentó abrir su tienda en la zona, se encontró con una fuerte oposición por parte de la ciudad. Es de suponer que los juchitecos se sintieron amenazados ante la colonización de costumbres que Wal-Mart suponía. Cero problemas: Wal-Mart se limitó a abrir con su nombre “mexicano” (vasco, en realidad), Bodega Aurrera, y superaron el escollo fácilmente. Aunque Wal-Mart y Bodega Aurrera son la misma empresa, claro está. El caso es que gracias a la apertura del gran supermercado, la zona se inundó de productos “modernos”: gansitos Marinela, Sabritas, sopa Maruchan y miles de otros maravillosos comestibles atractivamente presentados. Entre ellos, las latas de atún que nosotros consumíamos.

Y créannos, ¡teníamos un gran problema para deshacernos de los desechos que nosotros mismos producíamos!. No había contenedor de basura en el pueblo y la opción de quemarla o enterrarla, siendo que no teníamos terreno propio y éramos invitados, quedaba descartada. Llegando a extremos surrealistas, nos vimos en la obligación de recorrer treinta quilómetros de ida en coche (y treinta quilómetros de vuelta) para llegarnos hasta Juchitán y depositar nuestras bolsas de basura en un contenedor público. ¡Qué alivio cuando al fin podíamos desentendernos de los quilos de basura que acarreábamos en el maletero! Alivio de lo más hipócrita, somos conscientes de ello: tan solo le estábamos pasando el muerto, como se dice, a la ciudad de Juchitán.

No tenemos muy claro qué hacía el ayuntamiento de Juchitán con la basura que recogía de sus contenedores. Trasladarlos a algún terreno cercano, suponemos. Pero la verdad es que como toda la zona estaba sometida al azote constante de poderosos vientos del norte que volvían inútil la tarea de acumular la basura, tarde o temprano, el viento siempre ganaba la partida y la basura quedaba libre de nuevo. Bolsas de plástico de todos los tamaños y colores decoraban azarosamente los arbustos de la zona. Wal-Mart inundaba el área con sus productos sin competencia alguna, y los juchitecos, poco a poco, casi sin darse cuenta, substituían el agua de tamarindo por coca-cola y los totopos por pan industrializado. La cuestión, que parece baladí, no lo es tanto: aparentemente nadie pensó en las consecuencias ambientales (y estéticas, y culturales) que tendría la implementación de un Wal-Mart en una zona que hasta entonces no había necesitado especial regulación para hacer desaparecer sus (pocos) residuos. Y obviamente, Wal-Mart no se iba a responsabilizar de ello…porque eso es responsabilidad del Estado.

Basura en Tultitlán, por Eneas

¡Si tan solo nuestros residuos se evaporaran sin dejar rastro como por arte de magia! Qué fácil resulta comprar todo tipo de objetos cuando uno puede deshacerse de sus restos la misma facilidad con la que se adquieren: como en Europa, como en Estados Unidos. Es este un mundo diseñado para primermundistas donde cada galleta trae tres envoltorios y el diseño prevalece sobre la lógica del lugar donde la galleta va a ser vendida. Las mismas galletas, las mismas pizzas, los mismos refrescos con sus correspondientes botellas de plástico se venden aquí o en Noruega. Con la diferencia abismal, claro está, que los noruegos no tienen que ingeniárselas para deshacerse de sus quilos de basura. Porque en Noruega la basura simplemente desaparece. O lo que es lo mismo: el Estado la hace desaparecer. El Estado se encarga de gestionar los residuos de las empresas privadas. Qué fiesta, qué glamour, qué estilo, oigan. ¿Dónde quedó el concepto de responsabilidad empresarial?

En este mundo globalizado, por arte y gracia de Wal-Mart y sus hermanos, todos consumimos las mismas papas. Pero no todos sabemos cómo hacer desaparecer sus restos…aunque suponemos que a Wal-Mart eso le importa un pepino. Se nos antojaría a veces volver al supermercado para echarle por la cabeza los desechos que generan sus productos al responsable de atención al cliente. Si no lo hacemos es solo porque estamos conscientes que el responsable de atención al cliente no es más que otro pobre explotado del sistema (aunque él, sospechamos, no lo sabe: pocas cosas hay más tristes en el mundo que un obrero de derechas). Pero la verdad, es como para pensárselo. Quizá ha llegado el momento de devolverles sus envoltorios. De juntarlos todos en una bolsa y depositarla a las puertas de Wal-Mart. ¿Alguien se anima?

firmado: europaenllamas