Andábamos por tierras oaxaqueñas, en las cercanías de Juchitán de Zaragoza. Un compañero nos rentó una casa en obra negra donde establecimos nuestro cuartel general de operaciones. Nos alimentábamos a base de latas de atún y pan de molde, que comprábamos en un gran supermercado. Los juchitecos nos contaron que cuando Wal-Mart intentó abrir su tienda en la zona, se encontró con una fuerte oposición por parte de la ciudad. Es de suponer que los juchitecos se sintieron amenazados ante la colonización de costumbres que Wal-Mart suponía. Cero problemas: Wal-Mart se limitó a abrir con su nombre “mexicano” (vasco, en realidad), Bodega Aurrera, y superaron el escollo fácilmente. Aunque Wal-Mart y Bodega Aurrera son la misma empresa, claro está. El caso es que gracias a la apertura del gran supermercado, la zona se inundó de productos “modernos”: gansitos Marinela, Sabritas, sopa Maruchan y miles de otros maravillosos comestibles atractivamente presentados. Entre ellos, las latas de atún que nosotros consumíamos.
Y créannos, ¡teníamos un gran problema para deshacernos de los desechos que nosotros mismos producíamos!. No había contenedor de basura en el pueblo y la opción de quemarla o enterrarla, siendo que no teníamos terreno propio y éramos invitados, quedaba descartada. Llegando a extremos surrealistas, nos vimos en la obligación de recorrer treinta quilómetros de ida en coche (y treinta quilómetros de vuelta) para llegarnos hasta Juchitán y depositar nuestras bolsas de basura en un contenedor público. ¡Qué alivio cuando al fin podíamos desentendernos de los quilos de basura que acarreábamos en el maletero! Alivio de lo más hipócrita, somos conscientes de ello: tan solo le estábamos pasando el muerto, como se dice, a la ciudad de Juchitán.
No tenemos muy claro qué hacía el ayuntamiento de Juchitán con la basura que recogía de sus contenedores. Trasladarlos a algún terreno cercano, suponemos. Pero la verdad es que como toda la zona estaba sometida al azote constante de poderosos vientos del norte que volvían inútil la tarea de acumular la basura, tarde o temprano, el viento siempre ganaba la partida y la basura quedaba libre de nuevo. Bolsas de plástico de todos los tamaños y colores decoraban azarosamente los arbustos de la zona. Wal-Mart inundaba el área con sus productos sin competencia alguna, y los juchitecos, poco a poco, casi sin darse cuenta, substituían el agua de tamarindo por coca-cola y los totopos por pan industrializado. La cuestión, que parece baladí, no lo es tanto: aparentemente nadie pensó en las consecuencias ambientales (y estéticas, y culturales) que tendría la implementación de un Wal-Mart en una zona que hasta entonces no había necesitado especial regulación para hacer desaparecer sus (pocos) residuos. Y obviamente, Wal-Mart no se iba a responsabilizar de ello…porque eso es responsabilidad del Estado.
Basura en Tultitlán, por Eneas
¡Si tan solo nuestros residuos se evaporaran sin dejar rastro como por arte de magia! Qué fácil resulta comprar todo tipo de objetos cuando uno puede deshacerse de sus restos la misma facilidad con la que se adquieren: como en Europa, como en Estados Unidos. Es este un mundo diseñado para primermundistas donde cada galleta trae tres envoltorios y el diseño prevalece sobre la lógica del lugar donde la galleta va a ser vendida. Las mismas galletas, las mismas pizzas, los mismos refrescos con sus correspondientes botellas de plástico se venden aquí o en Noruega. Con la diferencia abismal, claro está, que los noruegos no tienen que ingeniárselas para deshacerse de sus quilos de basura. Porque en Noruega la basura simplemente desaparece. O lo que es lo mismo: el Estado la hace desaparecer. El Estado se encarga de gestionar los residuos de las empresas privadas. Qué fiesta, qué glamour, qué estilo, oigan. ¿Dónde quedó el concepto de responsabilidad empresarial?
En este mundo globalizado, por arte y gracia de Wal-Mart y sus hermanos, todos consumimos las mismas papas. Pero no todos sabemos cómo hacer desaparecer sus restos…aunque suponemos que a Wal-Mart eso le importa un pepino. Se nos antojaría a veces volver al supermercado para echarle por la cabeza los desechos que generan sus productos al responsable de atención al cliente. Si no lo hacemos es solo porque estamos conscientes que el responsable de atención al cliente no es más que otro pobre explotado del sistema (aunque él, sospechamos, no lo sabe: pocas cosas hay más tristes en el mundo que un obrero de derechas). Pero la verdad, es como para pensárselo. Quizá ha llegado el momento de devolverles sus envoltorios. De juntarlos todos en una bolsa y depositarla a las puertas de Wal-Mart. ¿Alguien se anima?
firmado: europaenllamas
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