Sus asesores políticos les han dicho: Twitter es la onda, si quieres ganar (las elecciones/más clientes/la confianza del pueblo/dígalo usted mismo) tienes que estar en Twitter. Así que ni cortos ni perezosos se han abierto una cuenta (o han hecho que se la abran sus becarios ¿cómo estar seguros?) y desde allí promocionan sus actividades, se hacen publicidad o –los más vivillos- establecen contactos. Hasta ahí todo bien. Sin embargo, nos cuesta entender que nuestros dirigentes, líderes de opinión y demás fauna de portada de diario no se hayan sentado a pensar un rato en las implicaciones –no ya filosófico-políticas, sino simplemente estéticas- de este pequeño-gran invento llamado Twitter. Déjennos hacer un inciso, ya que estamos en ello, que cuando hablamos de Twitter nos referimos al concepto en sí, no a la marca. Si censurasen twitter, rápidamente surgirían otras herramientas similares, y la más apta sobreviviría.
Twitter no es un tablón de anuncios; twitter no es un canal de televisión donde uno habla y los demás escuchan. La esencia misma de Twitter es que todos somos emisores y receptores de información, de preguntas, de respuestas, propuestas y hasta de chistes. Pensar en Twitter como en un canal unidireccional es perder el tiempo. Twitter no es propaganda, sino una conversación universal (al menos entre aquellos que disfrutamos del privilegio de internet). Aquél que entre en Twitter para contarnos exclusivamente su agenda política, aquél que no tenga tiempo para responder a nuestras preguntas más vale que lo deje correr.
Sin embargo, existen ya políticos como –ejemplo al azar- Xóchitl Gálvez (@xochitlgalvez) y Marcelo Ebrard (@m_ebrard) que parecen haber comprendido -en parte- el gran potencial de esta herramienta. En parte, decimos, porque aunque responden preguntas (pero: ¿hacen preguntas) y están presentes en el canal, no parecen haber sido capaces de dar el salto que va desde el “yo hablo, ustedes escuchan” a la forma del verbo más próxima, más ciudadana y twittera del “nosotros hablamos”. Esto se refleja en parte en la asimétrica y sintomática proporción entre el número de seguidores de estos políticos (más de 6000, en el caso de Gálvez; más de 13.000 por lo que respecta e Ebrard) versus el número de personas a quienes ellos siguen (148 Gálvez; 596 Ebrard). Seguir a alguien en twitter significa estar siempre abierto a la información que proporciona esa persona. No seguirlo, por el contrario, es negar al otro, no darle valor a la información –por ínfima que sea- que puede darnos. Y, ¿Qué nos dice de un político, que supuestamente representa a varios millones de ciudadanos, el hecho de que no se preste a escucharlos? Tal vez, nos preguntamos, si los políticos en su gran mayoría no se atreven con Twitter (o se atreven, para usarlo solo como tablón de anuncios, o sólo para responder algunas preguntas) es porque en el fondo saben que su discurso no es lo bastante fuerte ni lo bastante coherente como para responder a algunas preguntas bien afiladas. Inquietante ¿no creen?
firmado: europa en llamas
imagen: la hemos tomado prestada de este blog
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