lunes, 12 de abril de 2010

El misterio del ACTA: la mordaza del conocimiento

imagen de ArminH a través de http://www.everystockphoto.com

Dijo Obama: “Vamos a proteger agresivamente nuestra propiedad intelectual”. Y por si alguien se pregunta cómo, pues así: “usando todo el arsenal de herramientas disponibles” (¿incluirán misiles?) para combatir las prácticas que dañan el modelo de negocio…”. En efecto, por ahí van los tiros: todo va de hacer negocio. Hace ya tiempo que internet viene siendo un medio de difusión (e incluso, nos atrevemos a decir, de infección) de ideas de lo más molesto. Y como no saben cómo detener internet, la maquinaria del poder ha comenzado a inventarse una serie de conceptos difusos y equívocos que merecen mención especial: en España, por ejemplo, el Gobierno patrocina campañas “contra la piratería” (defiende tu cultura, dicen) y se saca leyes de la manga mientras los jueces, benditos ellos, insisten sentencia tras sentencia en que compartir cultura (mediante P2P o cómo sea, siempre y cuando no haya lucro) no es delito. Pero España nada, como si oyera llover: si el poder judicial no coopera, entonces hay que recurrir al poder legislativo para crear una nueva institución que sustraiga a aquellos que comparten cultura de las garras de un tribunal ordinario –que fallaría, una vez más, a su favor- para castigarlo como merece. Es lo que ellos llaman la ley de Economía Sostenible. Y en nombre de los autores (a los que, desde luego, nadie ha preguntado) se encaminan a paso firme hacia el objetivo ideal: la mordaza de internet.

No son los únicos. En México, por ejemplo, acaba de aprobarse la Ley de Derechos de Autor. Casi nadie se ha enterado, porque ha quedado convenientemente sepultada bajo un aluvión de noticias ridículas y altamente improductivas tales como los respectivos escándalos de Paulette y el fallido registro del Renaut. Pero ya saben: el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Los mexicanos, por cierto, van más allá en sus premisas: según esta ley, no sólo es delito lucrar con materiales sometidos a derechos de autor, sino también usarlos sin ánimo de lucro. Resulta una redacción bastante confusa y amenazante: ¿o sea que a partir de ahora, por obra y gracia de los señores diputados, si ilustramos un post de nuestro blog con la fotografía ganadora del Pulitzer sin tener permiso expreso del autor, y aunque nosotros no nos estemos embolsando ninguna ganancia, entonces estaremos infringiendo la ley y nos arriesgaremos a ser multados o incluso a ir a la cárcel? Pues asústense, compañer@s: va a ser que sí.

Podríamos hablar de decenas de ejemplos más (que los hay). Pero vamos a ir directos al premio gordo: el ACTA. ACTA son las siglas en inglés del Tratado Comercial Anti-Falsificación. Nadie conoce el contenido exacto de este tratado, que ya va por su octavo debate y está siendo discutido ahora mismo en Nueva Zelanda. La razón por la que no se conoce es (claro está) porque los Estados Unidos no quieren (¿podría haber otra razón?). Pero, por obra y gracia de esta web, se conocen algunos contenidos preliminares. Si hemos de hacer caso a los alarmantes rumores que pueblan internet ahora mismo, el ACTA va a ser la mordaza definitiva. Claro está, no es buen periodismo esto de trabajar con rumores: EE.UU nos lo pondría más fácil si dijese de una vez por todas de qué va el maldito tratado. Algunos parlamentarios de la Unión Europea, por cierto, ya han hecho público su enojo porque ellos tampoco estaban siendo informados de los resultados de los debates sobre el ACTA. Entonces, ¿de qué va todo esto?


El ACTA, que lleva más de tres años siendo negociado en secreto, va de endurecer los “derechos de autor”. Va de reforzar la “competitividad europea” (según menciona un negociador de la UE en el siguiente artículo). Va de que nadie cruce una frontera con una sola película grabada en su ordenador si no puede demostrar que ha comprado la copia original. Va de eliminar los medicamentos genéricos del mercado. Esto va, como siempre, de hacer dinero, más dinero, ingentes cantidades de dinero. Lógicamente, nada de esto debe salir a la luz pública hasta que esté debidamente horneado y a punto para ser aprobado en cada Parlamento. Y todo esto, para mayor gloria de los poderosos, nada menos que en nombre de la cultura y de los autores.

Quizá ha llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa. Quizá ha llegado el momento de explicarles a estos señores que el verdadero autor no es quién quiere hacer dinero, sino quien quiere contar cosas, ser leído, ser visto, ser escuchado. Quien crea únicamente para hacer dinero no es artista, sino empresario. Los demás lo hacemos por amor al arte y la cultura, o por la simple y llana convicción ideológica de que nadie es realmente un creador único, que todos creamos sobre materiales pre-existentes, de que caminamos sobre hombros de gigantes, y que en cualquier caso, de que es inmoral crear con el único objetivo de hacer dinero. Ha llegado el momento de oponernos a sus licencias que supuestamente nos protegen (¿de qué?¿de ser leídos?) para abrazar otras más anchas. Como el Creative Commons. Y de decirles de viva voz a los “autores” que si no cobran no quieren ser leídos, pues que entonces no queremos leerlos. Quizá ha llegado el momento de avanzar hacia una nueva manera de ver el conocimiento, hacia una nueva biblioteca mundial, hacia una nueva cultura donde la autoría no sea sinónimo de restricción. Podemos empezar firmando esta declaración que exige más transparencia a los acuerdos secretos del ACTA. Podemos seguir predicando con el ejemplo y licenciando nuestras obras bajo una licencia Creative Commons (copyleft). Existen ya páginas de internet que ofrecen extensos catálogos de materiales copyleft, como Jamendo. Les animamos a que si conocen otras buenas, nos lo hagan saber para, entre todos, ir construyendo un nuevo mundo sin las cadenas restrictivas del copyright, que poco o nada tienen qué ver con la supervivencia del autor. No tengan miedo: recuerden que el autor no pierde sus derechos económicos al usar licencias copyleft. Simplemente permite que sus obras sean difundidas, siempre y cuando nadie lucre con ellas. Si alguien lucrara con ellas, el autor tiene, naturalmente, perfecto derecho a acudir a los tribunales. ¿Fácil, no les parece? Solo hay que dar un pequeño paso y añadir al final del artículo que…

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